Chet Baker: el arte de murmurar en la ducha

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Ayer hace ya 30 años Chet Baker cambió de barrio desde la fachada de un hotel de Amsterdam; le encontraron con serias heridas en su cabeza y las habituales trazas de cocaína y heroína en la sangre. Las interpretaciones sobre su muerte son múltiples y nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que ocurrió: que si se intentó matar (raro en un tipo con más vidas que un gato), que si le tiraron por la ventana los camellos que le proporcionaban el alimento ( más entendible dado el juego de gato y ratón que se marcaba con ellos), e incluso la más peregrina, que si él mismo se cayó al vacío tras intentar entrar en la habitación por la ventana buscando su trompeta que había quedado allí olvidada, tras una trifulca con el dueño del hotel.

¡Qué más da¡

Nunca fue especialmente querido por la crítica y los medios. Aún hoy, 30 años después de que se diera el piro los medios de comunicación y los puristas exquisitos siguen con la matraca que no le llegaba a Miles a la suela del zapato. Pero,…¿Quién le ha llegado nunca a ese nivel?

Si vamos a eso ningún saxofonista podrá nunca existir tras haber pasado por aquí un tipo llamado Charle Parker, o ningún individuo podrá volver a empuñar el bajo tras la fugaz presencia de Jaco Pastorious.

Los sabios alimentan el menosprecio con ocurrencias del propio Miles , como aquella en que cuando Baker se disculpaba por haber sido elegido mejor trompetista del año lugar que debería haber ocupado él, Miles respondió que él y otros 14 más detrás.

Sí, ya sabemos la matraca: era un trompetista mediocre y además no sabía cantar. Sí, ya sabemos que era un mal tipo, que maltrataba a la larga ristra de amantes que le buscaron desesperadamente porque por desgracia para su memoria era condenadamente guapo. Sí, ya sabemos que era un tipo miserable, un drogadicto baboso como si hubiera sido el único en la historia de la música.

Nunca lo negó: basta con leer su autobiografía, Como si tuviera alas, editada por una de sus mujeres, Carol, donde no esconde ni una sola depravación de las muchas que practicó a lo largo de su vida.

Pero un tipo al que fue a buscar exprofeso un tal Bird para incorporar a su banda, al que pagó la dentadura completa Dizzie Gillespie tras una de las vendettas por su insolvencia, alguien al que soportaron tipos como Stan Getz, o Russ Freeman no puede ser una basura.

El gran Cifu con su habitual compasión fue quizá uno de los que mejor le definió: no era un gran cantante, pero convirtió en arte el murmullo debajo de la ducha. Cuando Baker canta parece que te canta a ti solo, como si en la penumbra de un hotel de mala muerte solo estuvieras él y tu, interpretando las mil y una heridas de tu corazón.

Fue de los pocos artistas en convertir una canción ajena en algo tan suyo que nunca volveremos a escuchar My Funny Valentine sin compararla con la suya. Él , el miserable colgado sin voz, el “mediocre” trompetista en opinión de los expertos tenía algo que muchos eruditos nunca rozarán siquiera: emocionar.

Si no lo creen no tienen más que escuchar Chet Baker in Paris

¡Muchas gracias, mal bicho¡

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Una respuesta a Chet Baker: el arte de murmurar en la ducha

  1. Rafa del pino dijo:

    Artista de la seducción, funalbulista del otro lado del espejo, triste pirata con garfio, la emoción sin permiso ni contrapartida, siempre perdonado y vuelto a nacer.

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